Crítica: «Whiplash»

«El carísimo peaje hacia la grandeza» por Oscar De La Cruz

La batería sin duda ha sido el elemento musical protagonista del año cinematográfico. «Birdman» y su banda sonora íntegramente basada en sonidos de percusión y «Whiplash» parecen reivindicar un instrumento relegado habitualmente a un discreto segundo plano. La película de Damien Chazelle lo hace, consecuencia del amor y el conocimiento del propio director hacia dicho instrumento y hacia el jazz, género musical que jamás ha sido retratado en el cine de manera tan apasionante.

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Basándose en su propia experiencia, Chazelle derriba falsos tópicos sobre la aparente anarquía, espontaneidad e improvisación del jazz, disciplina que como cualquier expresión de tipo artístico, muy pocos elegidos pueden dominar a la perfección alcanzando la excelencia. También huye de mitos basados en el simple talento natural mostrando sin concesiones que en el camino hacia la auténtica grandeza solo se puede avanzar a base de una determinación, una disciplina y un sacrificio francamente dificíles de soportar. Para muestra basta con comprobar el ambiente de pavor y tensión que se respira dentro de las paredes del aula y en la cara de los alumnos o la expresión de genuino terror del padre del protagonista asimilando la transformación de su hijo.

¿No debería ser la música una expresión pura de alegría y su ejecución puro placer? ¿Merece la pena pagar semejantes peajes vitales? ¿Donde está el límite? Son preguntas que sobrevuelan la mente del espectador tras el visionado de una película maravillosa sobre el aprendizaje nueva, fresca y diferente a cualquier otra.

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«Whiplash» es un devastador relato de durísimo adiestramiento más cercano a «La Chaqueta Metálica» que a «El Club de los Poetas Muertos», por poner un ejemplo. Chazelle nos cuenta la evolución de Andrew (espectacular Miles Teller) por la vía del vértigo, la adrenalina y la pura emoción, amplificando el efecto del ritmo de la propia música con un trabajo de montaje rápido, agilísimo y vibrante. Las escenas que se desarrollan fuera del aula, rodadas de manera más rutinaria, se convierten en breves respiros entre clase y clase, lugar donde «Whiplash» marca diferencias y donde reside el auténtico alma de la película.

Por si la música y el ritmo del montaje no fuesen suficientes para disparar las pulsaciones del espectador, Chazelle coloca la cámara haciendo uso y abuso del primer plano y el plano detalle para que no nos perdamos cada golpe de percusión, cada gota de sudor y de sangre, cada mirada entre profesor y alumno encarnados por dos actores soberbios y perfectamente compenetrados.

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Pocos calificativos quedan ya por otorgarle al trabajo de J.K. Simmons a estas alturas. Decir que su presencia es imponente es rascar muy superficialmente en el análisis de una composición absolutamente majestuosa . Sus frases lapidarias, su intensidad, su puño levantado deteniendo la música… sencillamente inolvidable. Su Terence Fletcher se ha apropiado de la categoría de actor de reparto en todas las entregas de premios habidas y por haber y si los miembros de la academia le otorgan el merecido Oscar, jamás estaría más justificado compartirlo con su compañero de reparto en su discurso de agradecimiento.

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Tanto Simmons como Teller rayan a un nivel descomunal, pero son los momentos en que ambos comparten escena cuando sus interpretaciones se convierten en una auténtica bomba. La energía de uno alimenta al otro. Persona y persona, maestro y alumno, actor y actor en un prodigioso derroche de química, compenetración y simbiosis que crece y avanza de manera exponencial alcanzando el clímax en una escena final coherente, perfecta y sublime.

Un desenlace que remata una experiencia brutal, adrenalítica y maravillosa y hace imposible el no levantarse de la butaca y aplaudir antes de abandonar la sala envuelto en una sensación de reconfortante euforia.

@reyesdelmando Los Reyes del Mando
@Oscar_DLC Oscar De La Cruz

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