Crítica: «Daredevil»

«Marvel se hace mayor» por Oscar De La Cruz.

En plena madurez creativa, Marvel da un nuevo golpe en la mesa con su primer producto destinado exclusivamente a un público adulto. Una nueva muestra del sello de calidad de Netflix que va más allá de la fidedigna adaptación del heroe oscuro y atormentado retratado en la época en la que Frank Miller tomó las riendas del personaje, engrandeciéndolo y convirtiéndolo directamente en el Batman de Marvel.

Ambos personajes siempre han compartido ciertas similitudes como una infancia traumática y su incesante y agotadora lucha por mantener el orden en una ciudad consumida por el crimen y la corrupción. Bebiendo también de las adaptaciones del caballero oscuro realizadas por Christopher Nolan en cuanto al tono realista del relato, el Daredevil de Steven S. Knight y Drew Goddard incluye todos y cada uno de los elementos identificativos del personaje y su entorno a través de un guión magníficamente estructurado, que aprovecha a la perfección el formato de serie televisiva, sin duda el más idoneo para desarrollar una historia de estas características.

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Enmarcada en el Universo Marvel, un tiempo después de los devastadores efectos de la batalla de Nueva York vista en «Los Vengadores», la primera temporada de «Daredevil» es una completísima presentación de Matt Murdock a través de sus inicios en paralelo como abogado y justiciero nocturno, enriquecido por el relato de su infancia y orígenes en forma de flashbacks puntuales.

Charlie Cox demuestra ser un acierto total de casting mostrando presencia física y saliendo airoso de la siempre dificil papeleta de interpretar a una persona invidente, compensando con su fantástica voz las limitaciones de prescindir prácticamente por completo de la mirada como instrumento de actuación. Cox se ajusta cómodamente a un personaje definido a la perfección. Un justiciero duro y decidido a la vez que vulnerable, marcado por la muerte de su padre y por sus fuertes creencias católicas, que lo hacen vivir en un mar de dudas y un constante conflicto interior.

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Tanto la interpretación de Cox como la de los fantásticos secundarios, se apoyan también en el fantástico guión que los dota de un transfondo auténticamente trabajado y que profundiza en sus relaciones, yendo varios pasos más allá del tópico de la damisela en apuros, el amigo fiel o el periodista implacable. Un magnífico ejemplo de construcción de personajes que alcanza sus máximos niveles en la representación de un villano sencillamente monumental.

Consciente de que el punto más flojo del universo Marvel reside en su galería de antagonistas, «Daredevil» toma la inteligentísima decisión de reinventar desde cero a Kingpin con un resultado memorable. La serie se toma sus licencias para humanizar al personaje y dotarlo de un transfondo jamás visto anteriormente en las viñetas, logrando un descomunal villano capaz de igualar e incluso superar por momentos en carisma e interés al héroe protagonista. La elección de un actorazo como Vincent D’Onofrio para el papel ya era de por sí una fantástica noticia, pero ni en nuestros sueños más optimistas podíamos imaginar la magnitud de su interpretación y de la nueva visión del personaje.

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La figura de Wilson Fisk comienza a tomar relevancia y presencia en el relato de manera progresiva en una primorosa presentación, sin necesidad de aparecer siquiera en pantalla, alcanzando su punto culminante en el octavo episodio (posiblemente el mejor de la temporada), dedícado íntegramente a su figura y su traumática infancia a golpe de flashback. D’Onofrio consigue su mejor interpretación desde «La Chaqueta Metálica» aportando un infinito muestrario de matices a un Wilson Fisk humano y trágico. Capaz de inspirar temor y lástima a partes iguales en su recreación del inteligente y maquiavélico señor del crimen organizado, capaz de destrozar a un hombre con sus propias manos en un arrebato de furia que sin embargo queda reducido a un niño grande vulnerable, acomplejado e inseguro ante la presencia de la mujer que ama.

La construcción de héroe y villano, se produce de forma muy similar, presentándolos como dos caras de una misma moneda. Dos personalidades megalómanas arraigadísimas al distrito en el que nacieron y se criaron, que usan todos sus recursos a ambos lados de la ley, autoerigiéndose como comandantes en una fascinante guerra territorial que alcanza tintes realmente épicos por sí misma, sin necesidad de recurrir a efectismos.

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El barrio neoyorkino de Hell’s Kitchen se revela como un personaje más de la historia. Mucho más que el campo de batalla de una guerra que se desarrolla en despachos, juzgados y comisarías durante el día y en sus oscuros callejones cuando cae la noche, donde sus historias se escriben con el rojo de la sangre. Dicho color, protagonista del fantástico opening de la serie y que recuerda al de «Hannibal», juega a ser una elegante metáfora mostrando elementos representativos de la ciudad y la figura del propio héroe emergiendo de un sangriento océano, además de destacar especialmente dentro de la magnífica fotografía nocturna en las múltiples escenas de lucha.

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Porque «Daredevil» es ante todo una oscura historia de violencia. Una violencia reflejada de manera auténtica y cruda, explícita en ocasiones, donde cada cada puñetazo, patada o cuchillada duelen de verdad durante unas peleas estupendamente coreografiadas, que alcanzan uno de sus puntos álgidos en el aspecto técnico en la comentadísima pelea en el pasillo filmada en un solo plano con la cámara inmovil.

En su primera temporada «Daredevil» ha cumplido y superado todas las expectativas creadas, con la firme promesa de convertirse en una serie de largo recorrido en el futuro, gracias al inmenso abanico de buenas historias y personajes por explotar aun. Deseando que llegue la ya confirmada segunda temporada, Netflix continúa mostrándose como sinónimo de excelencia, exhibiendo una nueva joya dentro del sobreexplotado género de superhéroes y una de las series televisivas de más calidad del año.

@reyesdelmando Los Reyes del Mando
@Oscar_DLC Oscar De La Cruz

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