Magia e imaginación para los malos tiempos
Disney parece tener meridianamente clara su hoja de ruta para los próximos años, continuando con la metódica y extremadamente lucrativa revisitación de sus numerosos clásicos. Mary Poppins regresa a la gran pantalla 54 años después, estableciendo un histórico nuevo record temporal entre una película y su secuela.
Teniendo en cuenta su calado en el imaginario colectivo, “Mary Poppins” cuenta con el privilegio de ser la única película de acción real digna de ser etiquetada como auténtico clásico de la compañía y probablemente debido a ello, su secuela se caracteriza por un respeto tan reverencial a su predecesora que la convierte en excesivamente conservadora y la aproxima más al remake que a una segunda parte propiamente dicha.
La nostalgia pesa y es un elemento poderoso que gobierna el film de principio a fin, como atestigua la réplica casi milimétrica a nivel estructural y el guiño y el homenaje como objetivo prioritario. Siendo prácticamente un calco a nivel argumental de la original, la única licencia que se toma la película para adecuarse a los cánones modernos es la introducción de un clímax de acción que estaría bien, de no ser porque es una secuencia absolutamente delirante en la que todo lo que pasa no tiene el más mínimo sentido.
Es tan constante y obsesiva su fijación, que algunos elementos pasan de lo nostálgico a percibirse como algo directamente anacrónico, sobre todo a nivel actoral. Salvando a Colin Firth y a Emily Blunt, que está absolutamente fantástica, desplegando elegancia y encanto a partes iguales, el resto del casting imita el estilo interpretativo de aquella época de manera exageradamente forzada. Se nota que es algo buscado y lo dan todo en ese aspecto, pagando el precio de una falta total de naturalidad que resulta algo extraña en un film contemporaneo, de manera especialmente marcada en los trabajos de Lin-Manuel Miranda y Ben Wishaw.
Donde “El Regreso de Mary Poppins” atesora sus puntos fuertes es en el apartado técnico. Un apabullante diseño de producción, un vestuario digno de Oscar y una escenografía magistral para arropar unos números musicales realmente excelsos en los que ese buscado clasicismo y espectacularidad cobran realmente sentido y donde el trabajo de Rob Marshall resulta más convincente en cuanto a dirección y planificación. Puede que no tenga un tema pegadizo e inmediatamente tarareable como el mítico “Supercalifragilisticoespialidoso” pero todas sus canciones son una maravilla y se complementan de manera visual y coreográfica a la perfección, exhibiendo todo su poderío puramente cinematográfico y regalando los momentos más bellos de la película, especialmente toda la parte que se desarrolla en el interior de la pieza de cerámica y el estupendo número de las farolas.
Si en la reciente “Christopher Robin” el mundo empresarial era el enemigo de la imaginación, la segunda misión en nuestro mundo de la niñera mágica tiene como principal antagonista a los diabólicos y abusivos engranajes bancarios. De hecho el film se sitúa temporalmente justo después de la Segunda Guerra Mundial en un Londres en plena depresión económica al que Mary Poppins regresa para aportar algo de felicidad y optimismo. Todo un canto al poder de la imaginación y a la pureza de la niñez tremendamente edulcorado que sin embargo se reserva un leve toque de amargura y preocupación, concentrado de manera extraordinariamente sutil en la mirada de la protagonista en su despedida. Al fin y al cabo, los malos tiempos tienen la mala costumbre de regresar y la magia y la imaginación siempre tendrán que estar alerta para combatirlos.
“El Regreso de Mary Poppins” se estrena en España el 21 de Diciembre.