Del realismo mágico al realismo épico
Existen innumerables motivos para explicar el éxito y la capacidad de fascinación de una serie como “Narcos”, pero pocos productos de este estilo son capaces de facilitar esa tarea de análisis de una manera tan concisa, precisa y poética. Hemos hablado largo y tendido de la eterna e intrínseca atracción de cualquier forma de relato ambientado en el mundo del crimen y de la historia del narcotráfico utilizada como retrato del siglo XX y metáfora evidente de la explosión del sistema capitalista durante sus últimas décadas, pero basta con retrotraerse a los primeros segundos del primer episodio en los que mediante un texto en pantalla se define el Realismo Mágico.
El proyecto es ambicioso y difícil de abarcar, pero ese breve texto basta como rotunda declaración de intenciones y para resumir su misma esencia e interpelar directamente al espectador diciéndole: “Siéntate y disfruta porque te vamos a mostrar un mundo demasiado extraño para ser real”.
De la misma forma en la que el agente Murphy atravesaba un metafórico portal dimensional hacia una especie de universo paralelo con sus propias reglas desde el mismo momento en que posa un pie en Colombia, nosotros como espectadores experimentamos ese placer primigenio del viaje a mundos extraños, solo que en esta ocasión dicho mundo existió, existe y muy probablemente continuará existiendo dentro del nuestro por muy distante y ajeno que nos pueda resultar.
En muchos aspectos, la cuarta temporada de la serie regresa a sus orígenes y refuerza el mensaje reciclando mecanismos y en muchas ocasiones reinterpretándolos de manera muy diferente sin llegar a perder en ningún momento la coherencia dentro del conjunto. Desde su propio título, “Narcos: México” parte de inicio con todas las condiciones para partir de cero y ofrecer algo diferente. La nueva localización, los nuevos personajes y la ruptura de la línea temporal regresando a mediados de la década de los 80 parecían a priori ingredientes suficientes para ofrecer a sus responsables un lienzo en blanco en el que aprovechar el margen de libertad que ofrece su formato de antología y explorar nuevas vías, por eso sorprende que en muchos aspectos decida ser todo lo contrario.
Después de una tercera temporada que centraba sus esfuerzos en subrayar sus virtudes como tenso thriller policiaco y en una industria donde los productos de esta relevancia suelen seguir el sendero marcado y cumplir la obligación de ofrecer algo cada vez más grande y aparatoso en cada nueva entrega (más presupuesto, más medios, más espectáculo…), llama poderosísimamente la atención que llegados a este punto los responsables del show se detengan, respiren profundamente y decidan reflexionar sobre los propósitos esenciales de la serie ofreciendo una reinterpretación mucho más minimalista, introspectiva y focalizada.
“Narcos: México” es “Narcos” en estado puro, quizá mucho más puro si cabe que su primera temporada o al menos es lo que intenta. Todos los elementos identificativos de la serie están ahí pero de manera profundamente concentrada y reducida. Cinematográficamente es mucho menos exhuberante y opta por un estilo visual más conciso y funcional, la voz en off del narrador continúa pero con menos presencia, con lo que se preocupa menos de resultar didáctica y la violencia es igual de cruda y explícita pero más aislada y progresiva. También hay menos abundancia de personajes, menos escenarios, menos rodaje en exteriores y la acción aparece administrada en dosis igualmente reducidas. Todo esto hace que en su conjunto el relato mexicano sacrifique en buena parte la sensación de grandeza de su homólogo colombiano y lo apueste todo a la carta del retrato psicológico y humano de sus protagonistas, acercándose todo lo posible a la interpretación del Realismo Épico dictada por la fundacional “The Wire”.
La trama aprovecha las similitudes de los comienzos del narcotráfico tanto en Colombia como en México para establecer paralelismos con la primera temporada presentando a Enrique “Kiki” Camarena, otro idealista y decidido agente de la D.E.A. que se traslada junto a su familia con la intención de ascender en su carrera combatiendo de raíz el tráfico de marihuana en su país de origen. Por otro lado Miguel Ángel Félix Gallardo, un ex-policía dotado de una visión comercial adelantada a su tiempo que supo ver antes que nadie las lucrativas posibilidades del incipiente negocio.
Con la salvedad del trabajo de Tenoch Huerta, que aprovecha con una intensidad descomunal el caracter extremo de su personaje y se apodera de gran parte de la temporada, el peso del relato recae por completo en la confrontación de estos dos antagonistas que por momentos recuerda a esa otra piedra angular del cine policiaco moderno como es “Heat”. La escena del control fronterizo es un claro homenaje e incluso la estética de Diego Luna recuerda bastante a la de DeNiro en la obra maestra de Michael Mann y con estos mimbres, tanto él como Michael Peña desarrollan un extraordinario trabajo. Peña aporta a su rol un toque de inocencia, sencillez y cercanía con el que es imposible no empatizar mientras Luna ofrece una contenida, sutil y extraordinaria progresión en la evolución de su personaje desarrollando una auténtica transformación en otra persona completamente diferente al final del relato. Ambos avanzan de manera paralela en una titánica odisea personal en pos de sus objetivos, luchando contra el sinfín de obstáculos de un sistema absolutamente corrupto, podrido e imposible de gobernar.
Estableciendo un simil culinario, “Narcos: México” es una reducción de “Narcos” que concentra el sabor de su salsa y alcanza la épica a través de la extraordinaria y palpable humanidad de sus personajes, minimizando todo aderezo exterior y consiguiendo un resultado igual de rotundo, poderoso y profundamente emotivo.
“Narcos: México” se estrena al completo y a nivel mundial en Netflix el 16 de Noviembre.