Afrontamos el desenlace de algo más que una serie de televisión
Llegó el día. Esta misma madrugada supone el pistoletazo de salida para que millones de personas en todo el mundo inicien la etapa final de uno de esos viajes que dejan una huella especial e imborrable. Un viaje que comenzó hace 8 años (algunos más para los que se iniciaron con las novelas) y que no es más que una historia, pero una de esas tan grandes que son capaces de crear mundos enteros con un irresistible poder de fascinación, de los que cuesta querer salir.
Proyectos cinematográficos, literarios o televisivos como “Star Wars”, el Universo Marvel, “Lost”, “Harry Potter” o la propia “Juego de Tronos” son representantes de ese grupo de elegidos que, por razones intangibles e indescifrables, consiguen un nivel de conexión emocional con el receptor a escala casi mundial y alcanzar el estatus de “Fenómeno” dentro de la cultura popular y el imaginario colectivo. Este hecho (más aún en tiempos de Internet) transciende y marca de manera irremediable incluso el propio desarrollo de la historia, cuando hace plenamente consciente al creador de la ingente cantidad de público que espera consumir su obra con la consiguiente presión añadida, pero si conseguimos abstraernos de todo lo externo y accesorio, nos sigue quedando una historia que, como todas en realidad, se acabará relacionando de manera íntima y personal con cada individuo de esa masa por muy numerosa que sea.
Esa es la única intención de este artículo. Simplemente un ejemplo personal e individual dentro de esa gigantesca masa, que afronta el inicio del fin del camino y lo que está por venir basándose en una necesaria mirada hacia atrás.
Las expectativas. Ese concepto de doble filo que abre de manera inevitable y de par en par las puertas hacia la decepción. Todos los que hemos seguido la serie somos conscientes de la importancia y el peso del desenlace en todo tipo de relato. Ese miedo a que un final poco convincente estropeé en buena parte la experiencia global, crece además de manera exponencial cuanto más amada sea la historia.
En mi caso personal llegué a la obra de George R.R. Martin a través de la primera novela, cuya lectura terminó de manera intencionadamente adecuada, un día después de la emisión del último episodio de la primera temporada. De esta manera, tuve la posibilidad de, justo después de cerrar la última página, iniciar el visionado de la serie con los diez episodios a mi disposición, administrándolos a mi antojo.
Como casi todo el mundo, pude comprobar la estupenda adaptación y el respeto reverencial a los personajes, los diálogos y en definitiva a la pura esencia de una obra que se apoderó de mi atención por múltiples razones. La primera y la más poderosa fue sin duda la clara influencia del obra de Tolkien y la extremada habilidad y las ganas con las que se intentaba transgredirla y darle una retorcidísima vuelta de tuerca.
Un vastísimo mundo creado con una minuciosidad y gusto por el detalle equivalente a la monumental e inabarcable saga del Anillo, pero en el que el protagonista principal, dotado con las virtudes y valores de todo héroe canónico, muere antes del final del primer libro, en la que el más temible e invencible de los guerreros bárbaros muere también a causa de una infección (¡¡de una puñetera infección!!), en el que se desata una guerra a nivel mundial causada por un inoportuno calentón sexual y motivada por ocultar un secreto importantísimo que a la postre resulta no serlo en absoluto o en la que ser un personaje abyecto y carente de toda moral es la mejor garantía para sobrevivir, ostentar el poder o mantenerlo.
Un escenario típico de espada y brujería vuelto completamente del revés y procesado con una mirada y un tono cínicamente adultos hasta sus últimas consecuencias.
Con esta percepción, no he podido evitar recibir con cierto recelo el progresivo viraje de la serie hacia terrenos mucho más convencionales a medida que crecía su popularidad y su conversión en fenómeno global se unía a la pérdida de referencias literarias cuando la trama televisiva alcanzó y superó a la de las novelas. ¿La presión de los creadores por contentar a una masa de fans que han tomado la historia como algo íntimamente suyo ha influido en el giro hacia una resolución de la trama más tópica y conservadora? Todo parece indicarlo, aunque quien sabe si todo atiende a un plan perfectamente diseñado desde el principio.
El caso es que a estas alturas todo parece confluir alrededor de dos grandes protagonistas: Daenerys Targaryen y Jon Nieve. Dos personajes que, a grandes rasgos, encarnan la bondad, la pureza y el heroismo que en otros tiempos equivalían a un pasaje asegurado al otro barrio. El bastardo que ha aprendido desde lo más bajo a convertirse en un guerrero valeroso y un lider competente partiendo de la más pura inocencia y la única superviviente del linaje de los reyes “legítimos” que ha seguido un camino paralelo al de Nieve, aprendiendo a base de golpes las dificultades a la hora de convertirse en una regente justa y bondadosa, sin olvidar las tres armas de destrucción masivas que posee, sin las que poco o nada pudiera haber hecho.
Con romance forzado y casi instantáneo incluido, pocos conciben un final diferente a que ambos terminen comiendo perdices sentados en el Trono de Hierro y liderando una nueva era de paz y prosperidad para la raza humana, salvo los que aún no hemos olvidado la esencia primigenia de las novelas y las primeras temporadas y pensamos que aún hay tiempo para un último giro que devuelva la coherencia a la historia.
Si en “El Señor de los Anillos” el mensaje final era “Es el fin de la magia, comienza la era de los hombres”, en “Canción de Hielo y Fuego” es todo lo contrario. La saga de Martin siempre ha sido, o al menos ha pretendido ser, el anti-Tolkien y como consecuencia de ello solo cabe un desenlace lógico: el triunfo absoluto del Rey de la Noche y sus Caminantes Blancos.
Si como ya se nos ha explicado, los Caminantes aparecen cada cierto tiempo como reacción de la propia naturaleza actuando a modo de purga cada vez que el hombre ha alcanzado la plenitud en la degradación de la especie y su propio entorno, Poniente bien merece un reseteo completo y empezar de cero.
La teoría del final feliz o la de la esperanza para los hombres contra la de la erradicación total de una raza decadente y destructiva. Dos desenlaces posibles o no, dependiendo de si los creadores guardan un último as bajo la manga y consiguen sorprendernos una vez más.
Se generarán todo tipo de debates, las redes arderán y leeremos comentarios de todo tipo, pero en lo que a mi respecta, las especulaciones, teorías y expectativas se manifiestan en este artículo y quedan aparcadas hoy. A partir de esta madrugada y durante seis semanas me limitaré únicamente a mantener la mente abierta, a dejarme maravillar por el espectáculo de una superproducción filmada de manera majestuosa, a asombrarme con la sobresaliente técnica de una experiencia audiovisual embriagadora para los sentidos y a emocionarme con una historia realmente bien relatada.
Que el destino final no ensombrezca en modo alguno las maravillosas vistas disfrutadas a lo largo del largo y placentero viaje. Disfrutad.